Arte como mediación pedagógica para el filosofar

Matías Muñoz. Cancionista, músico y profesor chileno, radicado en Costa Rica

Arte como mediación pedagógica para el filosofar

Una reflexión a partir del diálogo entre percepción, cuerpo y conciencia

Matías Muñoz

Cancionista, músico y profesor chileno, radicado en Costa Rica. En dicho país, emprende su formación académica especializándose en Filosofía y Pedagogía, en la Universidad de Costa Rica. Su interés por las artes y la educación, lo ha llevado a vincular las diversas manifestaciones del arte con el quehacer filosófico, dirigiendo sus reflexiones e investigaciones a la labor pedagógica. Actualmente se dedica a la docencia a nivel de secundaria y universidad, así como a la producción de sus proyectos musicales.

Sinopsis: 

La preocupación filosófica asociada al arte para la reflexión sobre lo corporal, lo perceptivo y la producción de conocimiento, ha estado presente en la historia del pensamiento, y en términos pedagógicos, resulta oportuno rescatar dicha reflexión en el marco de la transformación metodológica a pedagogías que se postulan desde el pragmatismo.
Este texto, expone algunos elementos que, desde la filosofía del arte, pueden considerarse espacios fundamentales para la reflexión sobre conceptos como la percepción, el cuerpo y la conciencia que, vinculados, ponen en manifiesto un interaccionismo dialéctico entre teoría y práctica: herramienta de suma importancia para el aprendizaje como proceso de conformación del sujeto.Por ende, propone una reflexión sobre la relevancia de la experiencia estética para facilitar el ejercicio del filosofar, como mediación pedagógica.

Texto: 

Introducción

La relación entre la producción y experiencia artística con la filosofía ha sido un espacio de reflexión desde la antigüedad. Los griegos veían el fenómeno estético desde una dimensión social, política y filosófica, de manera que tuvo una gran relevancia en la conformación de su cultura. Para esta civilización, el arte tenía -mayoritariamente- un carácter educativo. El mismo Aristóteles lo pensó análogo a la producción filosófica, donde el placer por lo bello -propio del arte-, se correspondía con el placer por la sabiduría que caracteriza el trabajo propio del filósofo.

En este sentido, el interés por lo perceptivo, lo sensitivo -correspondiente a la Aisthesis-, se encuentra estrechamente ligado a un carácter corporal. Precisamente, para los griegos, el culto al cuerpo se encontraba relacionado con el cuido del alma. De manera que la preocupación filosófica asociada al arte para la reflexión sobre lo corporal, lo perceptivo y la producción de conocimiento, ha estado presente en la historia del pensamiento, y en términos pedagógicos, resulta oportuno rescatar dicha reflexión en el marco de la transformación metodológica a pedagogías que se postulan desde el pragmatismo.

Siguiendo esta idea, en el siguiente texto se expondrán algunos elementos que desde la filosofía del arte pueden considerarse espacios fundamentales para la reflexión sobre conceptos como la percepción, el cuerpo y la conciencia que, vinculados, ponen en manifiesto un interaccionismo dialéctico entre teoría y práctica: herramienta de suma importancia para el aprendizaje, que en términos generales, es el proceso humano donde convergen disciplinas como la filosofía, el arte y la pedagogía para la conformación del sujeto.

Arte como mediación pedagógica para filosofar: Una reflexión a partir del diálogo entre percepción, cuerpo y conciencia.

El arte comprende una disciplina que se concibe como un sistema complejo de conocimientos y prácticas. Corresponde a un conjunto de saberes técnicos y teóricos que se encuentran interrelacionados como proceso, y que dan lugar a la obra de arte.  Esto quiere decir que no opera como un ejercicio lineal -entendido como una estructura homogénea-, donde la suma de conocimientos tiene un desarrollo y resultado establecido. Es decir, no corresponde a un ejercicio meramente mecánico. El arte involucra relaciones, emociones, sensaciones, percepciones y reflexiones que conjuntamente, se manifiestan en la experiencia estética.

Esta dimensión sistemática del arte puede ofrecer una herramienta adecuada y concordante con los procesos para la construcción del conocimiento, así como para el filosofar, entendido como la producción humana que se sigue de las experiencias sociales, para la formación de una subjetividad o individualización (del sujeto) desde distintas significaciones con relación al mundo en el cual existen.

Desde los primeros registros en la historia del pensamiento el arte ha estado profundamente relacionado con la filosofía y con la educación. Este, como producción humana, ha tenido un papel fundamental para la trascendencia cultural de diversos pueblos en la historia al dotarlo de un lugar significativo como método de enseñanza para la preservación de la cultura.

En la antigua Grecia, el arte como una de las manifestaciones de la techné (técnica) era un elemento fundamental -y de culto- a nivel social. Sin embargo, Aristóteles propuso otra perspectiva para definirlo: como un elemento relevante para producción de conocimiento. En este sentido, este filósofo puso especial énfasis en la técnica, asociada al saber, como capacidad para crear y producir cosas. Así, aparece la Aisthésis como concepto fundamental para el estudio del arte, el cual se encuentra relacionado con la percepción y la sensación que deviene en el conocimiento, a través de la experiencia sensible.

Aristóteles asocia la Aisthesis con la Mímesis, a partir de la identificación, la cual tiene lugar en las relaciones que establecemos con lo otro, de esta forma “aprendemos y deducimos lo que cada objeto es, como que esto es aquello.” (Aristóteles, Poética I, 1448b). En consecuencia, si a partir de la Mímesis aprendemos a conocer las cosas tal cual son -por medio de asociaciones directas-, no necesitaríamos tener experiencias concretas de las cosas para tener una idea de ellas, bastaría con las representaciones que obtengamos de las mismas. La representación correspondiente a la Mímesis, es la interpretación de la naturaleza como fin esencial del arte, según este filósofo.

Por lo tanto, para Aristóteles, la imitación como elemento constituyente del fenómeno artístico, implica además una experiencia sensorial placentera. El arte, en tanto que conocimiento, corresponde al placer por la belleza; y su vínculo con la filosofía está en que esta última se ocupa del placer por el saber, por el conocimiento de la naturaleza.

El placer por la belleza -plantea este filósofo-, dota de sentido a la verdad. La experiencia estética cala en los sentidos y en el entendimiento, en su vínculo con el mundo, de manera que produce conocimiento; de acá su estrecha relación con el ejercicio filosófico dado que expone una realidad concreta a partir de lo bello, lo sensitivo, lo creativo y lo interpretativo.

Por ejemplo, desde la infancia sabemos qué es un caballo, cómo se ve, qué sonido produce, porque aprendemos un concepto de caballo, sin necesariamente haber tenido contacto con el mismo. Este aprendizaje nos es posible en el marco de la formación cultural que deviene de nuestras relaciones con los otros en sociedad.

Considerando otro ejemplo, podemos acceder a ciertas nociones que caracterizan las culturas de los pueblos originarios latinoamericanos a partir de las representaciones que ellos produjeron de sus manifestaciones culturales e identitarias; a través de tejidos, bordados, danzas, músicas, esculturas, entre otros elementos. Por lo tanto, hay una habilidad representativa y conceptualizadora que involucra a la experiencia artística en los procesos para adquirir conocimiento. Esto expone un diálogo estrecho entre arte y filosofía, como base para pensar procesos de mediación pedagógica.

Ahora bien, ¿qué lugar ocupa el cuerpo en este proceso? La corporalidad ha estado presente como preocupación cultural, social, política y filosófica en la historia de la humanidad y, dependiendo del contexto, ha tenido diversas significaciones.

Continuando con la cultura griega, el cuerpo se entendía como el contenedor del alma, por lo que resultaba importante el cuido y el culto del mismo. Sin embargo, en el mundo occidental, ha existido un descuido por pensar el cuerpo como un elemento fundamental del ser humano, es decir, ha prevalecido el dualismo cuerpo-alma, cuerpo-razón, e incluso, pocas veces se asume el cuerpo como elemento fundamental para el aprendizaje, ya que al hablar del “pensamiento” se relaciona con el cerebro como órgano (con cierto carácter de independencia), pero curiosamente desvinculado del resto del organismo: este no se asume como totalidad. Precisamente Levin (1983), plantea que “por tradición los filósofos han comprendido la naturaleza del cuerpo humano de manera errónea.” (4) Esto, al negar la presencia sensual del cuerpo que se pone en manifiesto -sobre todo- desde la danza.

Desde la fenomenología se ha teorizado sobre el cuerpo, se le ha dado un lugar fundamental dentro del edificio filosófico. Precisamente es Merleau-Ponty (1994) uno de los principales autores que trabaja amplía y sistematiza el cuerpo como preocupación filosófica en función de la percepción, la sensación y la conciencia. Para este autor, el cuerpo es el vínculo directo que poseemos con el mundo, de manera que define al ser humano como un cuerpo que percibe y es percibido. El cuerpo es la posibilidad que se abre también a la comprensión y al sentido de espacio habitado.

Para Merleau-Ponty (1993), toda conciencia es perceptiva porque se apoya en la facticidad del cuerpo y de su apertura al mundo. El cuerpo, comprende la materialidad de la conciencia -desde la experiencia vivida-, lo cual pone en relación la existencia del ser humano con su entorno. Esta conciencia perceptiva es “el trasfondo sobre el que se destacan todos los actos y que todos los actos presuponen.” (10). Es decir, el mundo es el espacio, el medio natural en donde confluyen todos los pensamientos que devienen de todas las percepciones explícitas. El autor plantea que “la verdad no «habita» únicamente al «hombre interior»; mejor aún, no hay hombre interior, el hombre está en el mundo, es en el mundo que se conoce.” (Merleau-Ponty 1993, 11) De manera que, esa permanencia en el mundo, ese conocimiento del mundo, se da a través de la corporalidad como vehículo de la experiencia.

En este contexto, el arte es uno de los espacios donde se pone en manifiesto la corporalidad como característica humana para la creación, para la producción de sentido, para la representación. El arte supone la capacidad de lograr materializar sensaciones a partir de representaciones. Por ejemplo, Levin (1983) plantea que, “la danza es la expresión artística y la perfección (o el presenciar perfecto) del cuerpo humano en movimiento. Esto significa que cualquier filosofía de la danza debe comenzar con un entendimiento satisfactorio de la naturaleza del movimiento humano.” (4).

El movimiento humano, no implica únicamente mecanicismo, tiene un carácter simbólico importante, la movilidad corporal como medio de expresión está presente en el arte, así como en los procesos de mediación pedagógica que se gestan desde el paradigma pragmático.  La posibilidad comunicativa que tiene el cuerpo en tanto que experiencia en el mundo se puede ver reflejada en la danza, en el teatro, en la música, en el cine y en la producción del arte plástico, entre otros. Estos, dotan de sentido a la experiencia corporal llevándola al campo de la experiencia estética desde su representación, tal como lo planteaba Aristóteles (vínculo Aísthesis-Mímesis).

Por lo tanto, el arte como un lenguaje, involucra la corporalidad, la percepción, la conciencia para representar el mundo y comunicar metafóricamente distintas realidades posibles. Así, produce conocimiento, se cuestiona e interpreta a partir de las experiencias.

El arte como herramienta pedagógica, tiene la ventaja de trabajar desde las emociones para crear, de manera que opera desde el vínculo afectivo y empático de los participantes en los procesos formativos, por lo que ofrece una diversa y auténtica forma de expresión social y cultural, que pone en manifiesto aquella idea del “aprender haciendo”.

La posibilidad de poder comunicar ensayos sobre la realidad desde diversos puntos de emisión, ayuda a la comprensión sobre la vida al explorar y reflexionar sobre una variedad de posibilidades existentes; permitiendo el error y asumiéndolo como elemento fundamental para la formación -al acompañarlo de un proceso reflexivo- generando conclusiones sobre el mismo.

De esta forma, la literatura, la música, las artes plásticas, el teatro y la danza son medios de expresión sensorial y emotiva donde se manifiestan las particularidades de la vida de cada individuo. Esto, en aunado a un ejercicio reflexivo que la complemente.

Este trabajo de reflexión sobre el arte, supone percibir el mundo más allá de un mero ejercicio de reconocimiento de las imágenes observadas. Se trata de vincularlas, apropiarlas y aprender de ellas desde la experiencia social, cultural y corporal: a partir de lo vivido. Es decir, el arte como mediación pedagógica supera un espacio de mera contemplación racional generando diálogos y diversas significaciones desde la experiencia estética. Así, puede considerarse un recurso para pensar filosóficamente estableciendo -desde las relaciones sociales- espacios de reflexión formativa y diversidad expresiva.

Ahora bien, el arte involucra elementos representativos en sus procesos creativos y expresivos, tales como la imaginación y la creatividad. Sabemos que los sentidos permiten tener un contacto con el mundo, percibirlo y establecer relaciones con el entorno. Esta dimensión perceptiva es fundamental en la experiencia artística. Sin embargo, como el arte crea y se recrea a partir de las imágenes, sonidos, movimientos y texturas, cuya finalidad es representar ideas, también involucra un ejercicio imaginativo, representativo y creativo a partir de lo percibido.

La creatividad es una característica humana de transformación, de manera que, desde y para la vida cotidiana, dota de herramientas para transformar las habilidades de expresión y convivencia. La creatividad, además, comprende la capacidad de generar nuevas ideas a partir de la experiencia vivida y de los conceptos conocidos que habitualmente dan lugar a nuevas ideas. Este carácter productivo se encuentra estrechamente relacionado con la acción de pensar filosóficamente.

El contemplar las emociones y los afectos que involucran el quehacer artístico permiten interpretar el mundo a partir de la experiencia que se tenga del mismo. Tal como lo proponía Vigotsky en 1986: “La estimulación creativa e imaginativa que nos ofrece el arte, debe surgir desde las mismas experiencias de los individuos, es decir, la creación fantástica o artística -si se quiere-, es un producto representativo de las experiencias previamente vividas, así como de las relaciones sociales y emocionales establecidas”. Esto además propiciará las habilidades reflexivas que desde el quehacer filosófico permiten un acercamiento crítico a los problemas o situaciones de la vida cotidiana, incluido el mismo ejercicio de apreciación artística con el cual se produce conocimiento.

El carácter pedagógico del arte, entonces, se manifiesta en los recursos didácticos que ofrece la labor educativa, así como para la reflexión filosófica. La dimensión estética que nos brinda el trabajo desde las artes para la educación, se construye desde la forma con la cual se facilitan los contenidos: “La forma da mayores posibilidades de percepción al destacar elementos subjetivos que hablan directamente a los sentidos del interlocutor y a su práctica cotidiana”. (Gutiérrez 2002, 106-107). En consecuencia, la imaginación y la creatividad, posibilitan la combinación de distintos elementos, con los cuales posteriormente se construye la forma con la cual se transmite una idea. Lo creativo e imaginativo deviene del carácter representativo de la psique, que se manifiesta en tanto existe un vínculo emocional en la relación del sujeto con las cosas, es decir la experiencia. Precisamente Vigotsky plantea que: “[…] la actividad creadora de la imaginación se encuentra en relación directa con la riqueza y la diversidad de la experiencia acumulada por el hombre, porque esta experiencia ofrece el material con el que erige sus edificios la fantasía. Cuanto más rica sea la experiencia humana, tanto mayor será el material del que dispone esa imaginación.” (Vigotsky 1986, 8).

Así, la mediación pedagógica que asume el arte como herramienta para pensar filosóficamente, comprende un tratamiento del aprendizaje en el cual se desarrollan procedimientos adecuados para que la reflexión dé lugar a un acto educativo que contemple las experiencias y el contexto de los participantes de dicho proceso.

 

Conclusiones

Finalmente, podemos concluir que el arte y la filosofía han estado históricamente relacionadas y que en este vínculo se manifiestan como producción de conocimiento. La corporalidad por otro lado, también tiene lugar en esta relación, en conjunto con lo perceptivo y lo conciencial. Sin embargo, desde la experiencia artística, la corporalidad, la percepción y la conciencia, se manifiestan como un todo.

Al representar un papel teatral, o una coreografía e incluso ejecutar un instrumento musical, se ponen en operación elementos interpretativos y reflexivos: el cuerpo percibe constantemente y lo sensitivo mueve a la conciencia desde la experiencia estética. Una actriz -por ejemplo- representa a un personaje porque conciencial y perceptivamente sintetiza el sentido del papel que interpreta en la obra a través de su cuerpo. Se genera un proceso en el cual la artista realiza no solo un ejercicio técnico (desde la expresión teatral), sino también reflexivo al relacionar elementos como la caracterización del personaje con la obra misma, su experiencia como artista y como ser humano, el contexto socio-cultural en el cual se encuentra, el contexto de la obra, las emociones que pasan tanto por la actriz como por el personaje, y cómo estos elementos se comunican y ponen en relación con los interlocutores.

En este sentido, al contemplar todos estos elementos que pasan por la experiencia artística, cabe traer a colación el planteamiento de Abel (1976) quien menciona que la percepción comprende una activa investigación, no implica meramente una recepción de estímulos. Para este autor, existe una naturaleza selectiva de la percepción, producto de la cantidad de estímulos que recibimos del exterior, que es mayor a lo que podemos recibir y procesar, de manera que es necesario filtrarlos. Este filtro, podríamos relacionarlo con los procesos de aprendizaje e interpretación que involucran los procesos creativos y educativos desde el arte.

Todo este proceso, se encuentra relacionado con un ejercicio que remite al filosofar, desde la búsqueda constante por el sentido, ya que la representación como comunicación también transmite contenido: conceptos, problemas, preguntas. De esta forma, el arte se encuentra en diálogo con la filosofía y complementa -desde distintos lugares enunciación- diversidad de temáticas filosóficas. Por lo tanto, resulta problemático hablar de hacer filosofía como algo determinado a una estructura disciplinar. La Filosofía, así como el arte y otras disciplinas, están en constante diálogo y se complementan las unas con las otras. El arte pasa por reflexiones filosóficas, así como la filosofía también se produce y reproduce a través de las artes.

En consecuencia, las implicaciones pedagógicas del trabajo filosófico desde el arte posibilitan las capacidades creativas y reflexivas de los individuos. Esto supone la construcción del sentido que se le otorgue a las cosas, considerando las intersubjetividades que se ponen en relación, en un mundo de realidades o contextos diversos.

La mediación pedagógica que nos ofrecen las prácticas artísticas, enriquece desde lo lúdico, lo creativo, lo imaginativo y lo reflexivo la forma con la cual se facilitan los problemas o contenidos filosóficos, así como el arte se enriquece de la Filosofía al complementar el sentido con el cual se produce la experiencia estética. Es decir, entre ambas disciplinas se gesta una relación dialéctica y formativa.

El carácter emotivo y sensorial del arte relacionado con la reflexión filosófica da lugar a procesos de formación educativa que se gestan desde las experiencias, los intereses y los afectos de cada individuo. La plataforma que ofrece una metodología didáctica, sustentada en la producción y reflexión artística como herramienta, estimula el desarrollo del pensamiento crítico, permite que la participación de los sujetos se dé en vinculación y concordancia a sus maneras personales de interpretar el mundo.

 

Referencias:

Abel, Reuben .1976. The task of perception. Man is the Measure. New York: MacMillan

Aristóteles. 1999. Poética (Edición trilingüe por Valentín García). Madrid: Editorial Gredos.

Gutiérrez Pérez, Francisco. y Prieto Castillo, Daniel. 2002. La mediación pedagógica: Apuntes para una educación a distancia alternativa. Xátiva: L’ULIAL EDITIONS.

Levin, David Michael. 1983. Los filósofos y la danza. (Copeland, R. y Cohen, M., editores). What is Dance? Readings in Theory and Criticism. Nueva York: Oxford University Press.

Merleau-Ponty, Maurice. 1993. Fenomenología de la percepción. España: Editorial Planeta-De Agostini, S.A.

Vigotsky, Lev. 1986. La imaginación y el arte en la infancia. Madrid: Akal.

 

Fotografía: Actor Mai Rojas, obra El Fauno.