La evaluación de las emociones dentro del aula virtual universitaria en relación al aislamiento producido por el COVID-19

Steven Arana. Amante de los textos

La evaluación de las emociones dentro del aula virtual universitaria en relación al aislamiento producido por el COVID-19

Steven Arana

Amante de los textos

Sinposis:

El presente texto es un análisis de la actual situación de las aulas virtuales universitarias como resultado de la pandemia provocada por el COVID-19. A pesar de que el enfoque está dado sobre la educación superior, muchos de los resultados encontrados aplican para todas las áreas de la pedagogía, sobre todo a la hora de trasladar programas educativos de la modalidad presencial a la virtual.

Texto:

El COVID-19 ha empujado a la humanidad entera a recluirse en sus casas. Esto ha implicado grandes cambios en el funcionamiento de la vida cotidiana, incluyendo, en este caso, a la educación superior. Es así que, como estrategia de supervivencia, las universidades se han visto obligadas a fortalecer sus sistemas de aula virtual y a capacitar a sus equipos académicos y administrativos para que puedan hacerle frente a la continuación de sus cursos lectivos por medio de herramientas tecnológicas. Así que, muchos centros de estudio han optado por virtualizar temporalmente la enseñanza de cursos que en contextos regulares se impartirían de manera presencial.

Este acontecimiento ha abierto el campo de la educación a un sinfín de oportunidades que las Tecnologías de la Información (TIC) pueden ofrecer y a las cuales se puede acceder desde cualquier dispositivo electrónico: “Las TIC abren nuevas formas de aprendizaje y modifican el papel del profesor. Comienzan a cuestionar los métodos utilizados hasta ahora. La posibilidad de acceder a una gran cantidad de información hace que el profesor abandone su actividad tradicional consistente en la transmisión de conocimientos y comience a dirigir sus esfuerzos hacia el aprendizaje de los alumnos. La enseñanza, por lo tanto, está dirigida hacia el desarrollo de procesos de aprendizaje para guiar al estudiante hacia la creación de su propio conocimiento a partir del conjunto de recursos de información disponibles.” (Del Valle, 2019, p.510)

Sin embargo, a pesar de los beneficios sobre los que se dice que ofrece la introducción de medios tecnológicos a los procesos de enseñanza-aprendizaje, la realidad del caso es que este cambio abrupto y obligatorio de modalidad ha impactado tanto a estudiantes como a profesores, quienes en su mayoría no estaban preparados física o mentalmente para las modificaciones organizativas y conviviales que implica la virtualidad. Al igual que la mayoría de las personas, profesores y alumnos han sufrido una recarga en sus tareas, tanto cotidianas como académicas, bajo las que además deben afrontar las desregulaciones emocionales que les implica el distanciamiento social en sus respectivos contextos. El Ministerio de Salud de Costa Rica, en su documento Lineamientos de salud mental y apoyo psicosocial en el marco de la alerta sanitaria por Coronavirus (COVID-19) apunta: “La sobrecarga de trabajo y la emocional pueden aparecer en su espacio de trabajo. Considerar el estrés y el bienestar psicosocial general durante este tiempo es tan importante como revisar su salud física.” (Ministerio de Salud de Costa Rica, 2020, p.5)

Es aquí donde surge la pregunta sobre qué tanto se está tomando en cuenta la salud mental de las personas participantes en estos procesos pedagógicos. Si bien existe bastante acceso a información sobre metodologías, técnicas y plataformas para la generación de una clase virtual de calidad, muy poco se habla sobre el tratamiento emocional que implica el distanciamiento físico: “Las concepciones racionalistas y empiristas dominantes en la ciencia moderna han derivado en una invisibilidad social y científica de las emociones y, como consecuencia en una invisibilidad de metodologías científicas y de modelos pedagógicos aplicados.” (Rebollo Catalán, García Pérez, Barragán Sánchez, Buzón García y Vega Caro, 2008, p.2).

Este aspecto, viene a ser de doble importancia en un contexto tan específico en el que el aislamiento físico obligatorio y la imposición de la educación virtual empuja a los estudiantes a un “aislamiento comunicativo”, tanto por el hecho de que ya no hay una convivencia cotidiana entre compañeros de clase – la cual ayuda a alivianar el estrés –, como por la reducción de canales de comunicación que involucren el contacto visual y uso del lenguaje corporal, que en muchos casos permite también a la persona mediadora detectar a tiempo cualquier anomalía emocional en el grupo. Este es un fenómeno que puede afectar a una mayor cantidad de participantes en casos donde la persona mediadora “monopoliza” su participación “frente a la cámara” sobre la de sus estudiantes. Un caso muy claro de esto, son las típicas clases magistrales donde la persona mediadora – lejos de proponer una participación activa –  “cuenta” los contenidos como si se tratara de una conferencia.

Gran parte de la problemática planteada provoca que muchos estudiantes, debido a las condiciones del espacio físico en que reciben la clase o por el miedo, por ejemplo, que produce exponerse en cámara frente a decenas de personas (en algunos casos todas desconocidas), acaben convirtiéndose en un ícono gris al fondo de la lista de estudiantes “conectados” a la clase, y que su proceso de aprendizaje se reduzca a analizar material multimedia y rellenar carpetas con archivos para cumplir con las asignaciones de su curso en alguna plataforma virtual.

Es de esta manera que, al no existir muchas veces estrategias de evaluación y manejo de las emociones en el diseño curricular, es posible que muchas experiencias pedagógicas este año acaben en una completa desarticulación del acompañamiento conjunto que implica una clase grupal y que desencadenen altas cargas de estrés y frustración entre las personas participantes, las cuales se ven obligadas a reprimir y posteriormente trasladar estas emociones a lo interno de su núcleo familiar o, con suerte, entre las amistades con las que mantienen una mayor frecuencia de comunicación.

Pero también hay que aclarar que este fenómeno no ocurre sólo a estudiantes ni pretende echar culpas al equipo docente. Las personas mediadoras han tomado con seriedad la asunción de la responsabilidad que implica trasladarse a un modelo virtual y esto incluye a quienes, por motivos etarios, de conocimiento o de acceso, se han encontrado con un campo de juego que es – por mucho – más complejo y está lleno de “detalles técnicos” que constantemente amenazan con entorpecen sus esfuerzos por transmitir la información. Esto, por su parte, ha implicado un considerable aumento en la carga horaria que conlleva la preparación, mediación y evaluación de los contenidos propuestos en el programa, los cuales en su diseño curricular original fueron planteados para ser impartidos en una modalidad presencial.

Acerca de este fenómeno, el Grupo de Investigación sobre la Educación Superior en Coyuntura, con sede en Guadalajara, hizo un estudio a nivel latinoamericano en el mes de abril, en el que encuesta tanto a estudiantes como profesores universitarios respecto a su experiencia frente a la nueva situación de virtualidad en sus clases. Es así que en su Informe Final sobre la participación de los profesores, exponen que: “[…] se puede decir que los profesores “en abstracto” piensan que la dedicación de tiempo debe ser equivalente entre lo presencial y el trabajo académico mediatizado, sin embargo, en la práctica están requiriendo muchas más horas en “modo contingencia” que en la usanza normal de lo presencial. Si se sostiene por mucho tiempo este tipo de rutinas, puede tener un desgaste importante en el ámbito personal del profesor. (15 de mayo de 2020, p.7)

Aquí es importante, entonces, tomar en cuenta que existe una sobrecarga de trabajo para ambas partes y que, por ende, la causa de este malestar puede deberse más a un problema sistémico ubicado en la operacionalización de la transmisión virtual de los conocimientos y la evaluación de sus procesos que en las características de las plataformas utilizadas o el ambiente de la clase. Más bien, podríamos decir, incluso, que ese “ambiente de clase” es resultado de la relación emocional que el estudiantado tenga (o no) con la dinámica implicada y sus contenidos, y el modo en que la persona facilitadora pueda acceder a esta información y utilizarla para mejorar aspectos como la motivación, la participación o el mismo desempeño académico.

Es entonces que llegamos al cuestionamiento de: si tanto profesores como estudiantes se están viendo sobresaturados emocionalmente con la carga académica, ¿no sería éste un buen momento para hacer una pausa y sacar el termómetro emocional? En un artículo publicado en prensa y basado en el mismo estudio, Silas y Vásquez resaltan “que existe un 36% de los profesores que compartió que sus estudiantes no están cumpliendo con lo planeado.” (5 de mayo de 2020) Esta cifra puede ser considerada como alarmante si tomamos en cuenta la presión que existe en el sistema universitario sobre las fechas de entrega y la frustración relacionada al inclumplimiento de las mismas. Sobre todo, porque este dato, asociado al contexto COVID-19, nos arroja una pista para inferir que la baja en el desempeño académico esté estrechamente relacionada a fenómenos coyunturales y sistémicos que el/la estudiante no puede controlar.

En otro informe de la misma organización, pero esta vez enfocado en los estudiantes (La vivencia de los estudiantes universitarios ante el covid19), se tomó en cuenta la percepción de las personas participantes en relación a su proceso de aprendizaje bajo la modalidad virtual y se les preguntó si consideraban que su aprendizaje en esta situación sería mayor, igual o menor. Frente a este cuestionamiento, más de la mitad de los estudiantes consideraron que su aprendizaje iba a ser menor y sólo un 5% que iba a ser mayor (Grupo de Investigación sobre la Educación Superior en Coyuntura, 2020, p.13). Esta percepción también es alarmante, pues coloca a la persona mediadora en un escenario donde la mitad de su clase infiere a priori que la calidad de la educación en su curso va a estar por debajo de las expectativas. En la jerga de teatro a esto se le conoce como un “público difícil” y se da cuando existe una resistencia por parte de los espectadores a involucrarse emocionalmente en la ficción propuesta.

Para cerrar con los datos de este estudio, se hizo una lista de sentimientos y se le pidió a los estudiantes que los organizaran respecto a cuáles sentían en mayor y menor medida. Los resultados arrojaron que los primeros lugares los ocupan la “saturación de tareas”, “saturación de actividades”, “estrés” y “frustración”, mientras que la “confianza” está en el lugar 11, la “alegría” en el 13 y “estar relajado” está de penúltimo lugar en el puesto 16. A continuación podemos ver el gráfico que muestra dicha encuesta:

 

Gráfico 1. Sentimientos experimentados por los estudiantes (Idem, p.15)

 

Finalmente, se preguntó a los estudiantes si tenían sugerencias respecto a sus cursos y sus respuestas se resumen de la siguiente manera: “Los estudiantes tienen sugerencias para sus profesores e instituciones que rondan en que se tenga más paciencia y empatía, mejor comunicación, capacitación a los profesores, unificar las plataformas, balancear las cargas de trabajo entre asignaturas.” (Idem, p.16)

 

LA EVALUACIÓN DE LAS EMOCIONES

En relación a este ensayo, es necesario tomar en cuenta que el contexto específico de la pandemia y el aislamiento provocan mayores estados de estrés y ansiedad en general, además de las cargas de trabajo extra que implican los cambios laborales, el recrudecimiento de la economía, la imposibilidad de realizar actividades recreativas en el exterior y el cuido de personas ante el cierre temporal de centros de atención para estos fines. Según el estudio antes mencionado, esta carga aumenta cuando se trata de la población femenina, quienes por lo general se ven obligadas socialmente a asumir las labores del hogar, como lo son; la preparación de alimentos, limpieza del hogar y cuido de infantes o personas de la tercera edad.

De aquí que sea preciso hacer más énfasis en la salud emocional de los estudiantes a que si se estuviera impartiendo una clase virtual en un contexto regular, sobre todo porque en este caso la virtualidad ha sido impuesta y no todas las personas se sienten en capacidad o cuentan con los requerimientos tecnológicos en sus viviendas para recibir o impartir cursos virtuales. A esto hay que sumarle, además, la fragilidad emocional que representa estar encerrado en casa por obligación durante una crisis que no es sólo sanitaria, sino también económica.

Por otro lado, la pronta adecuación de los cursos presenciales a la modalidad virtual ha hecho que las personas mediadoras sigan “fórmulas” propuestas por sus centros educativos, que por lo general se reducen a clases sincrónicas y asincrónicas basadas en la conexión colectiva a través de alguna plataforma de vídeo y la asignación de tareas virtuales, que en la mayoría de los casos se reduce a la revisión de material escrito, sonoro o audiovisual para la posterior devolución de algún producto por parte del estudiantado en los mismos formatos antes mencionados.

Algunos de los cursos que se muestran “en línea” perpetúan un modelo tradicional de enseñanza-aprendizaje, en el que los participantes producen productos (principalmente textos) que serán evaluados y valorados por un experto. Existe un debate y retroalimentación, pero siempre en relación con trabajos publicados anteriormente, bajo pautas muy específicas. La nueva metodología, en cambio, debe ser más libre e interactiva. Los propios participantes tienen que seleccionar sus fuentes de información, negociar las pautas para su aprendizaje, crear la estructura de la interacción comunicativa, presentarse en áreas previamente inexploradas, etc. El trabajo que los estudiantes deben compartir “en línea” y los comentarios recibidos de sus compañeros en los foros de discusión es un factor de motivación muy importante. (Del Valle, 2019, p.515)

Esta propuesta que menciona Del Valle es por mucho más acertada en cuanto a la planificación de un curso en línea, sin embargo también hay que tomar en cuenta de que está planteada para entornos virtuales que han sido planeados como tales y posiblemente para cantidades menores de estudiantes. El simple hecho de dar la libertad al estudiantado de crear sus propias estructuras comunicativas y pautas de aprendizaje podría devenir en un caos de canales de emisión y recepción de información para la persona mediadora, sobre todo en entornos universitarios donde los grupos por lo general sobrepasan las 20 personas.

Es por esto que, estando ya “sobre la marcha”, se vuelve tan importante planificar espacios para que las personas participantes de la mediación liberen sus emociones y así poder evaluar las estrategias que se han venido implementando en relación al “ambiente emocional general” del grupo, el cual sólo se puede saber propiciando un ambiente seguro, en el que los perfiles grises al fondo de la plataforma sientan la libertad suficiente para liberar sus emociones, sobre todo en este devenir histórico donde la reclusión es el tema del día en cualquier interacción social.

Para que esto suceda, primero, la persona mediadora debe tomar en cuenta los fenómenos sistémicos que pudieran estar perjudicando la interacción virtual. Si para esto tomamos en cuenta las sugerencias dadas en el estudio, prepondera una petición generalizada acerca de la unificación de plataformas y asignación de cargas. Esto tal vez no es un aspecto en el que se pueda trabajar sobre la marcha, puesto que habría que planificarlo por anticipado desde el diseño administrativo de la currícula, sin embargo no quita el hecho de que hay que tomarlo en cuenta en el actual proceso que se está llevando.

Si partimos de un contexto de cansancio y encierro, y a eso le sumamos la necesidad de querer comprimir los objetivos, contenidos y tareas de un curso universitario sin previamente haberlo planificado desde la administración para una modalidad virtual; el resultado va a ser seguramente una serie de sentimientos de frustración en diversos planos del proceso personal, tanto en educadores como en estudiantes. De ahí que la vía más cercana sea realizar una evaluación con conciencia de este contexto, para igualmente hacer una mediación que parta de la particularidad hacia la generalidad, en la cual las personas participantes puedan sentirse cómodas de abrir su intimidad ante terceras personas, pues – al verse reducido el espacio de convivencia social – sería en el plano personal en el que actualmente se estaría desarrollando la mayoría del estrés. Sin embargo, ya que estas afirmaciones rayan en la psicopedagogía, por motivos de pertinencia esta será la afirmación de carácter psicológico más profunda en la que se incurrirá.

Es así que, más bien desde la administración de la educación no formal, se puede afirmar que es necesaria la apertura de espacios de libre expresión para que todas las personas involucradas en el proceso de enseñanza-aprendizaje tengan su momento espacio-tiempo dentro de la pantalla virtual-vivencial para expresar sus emociones y – muy importante – sentirse escuchadas. Y es importante que sea por lo menos en un espacio de interacción sonora para poder tener la retroalimentación emocional que este medio de comunicación permite recolectar. También es muy importante que haya espacios sincrónicos organizados por la persona mediadora para la expresión del sentipensar colectivo, esto, con el objetivo de la comunicación emocional no quede sólo en el ámbito privado profesor-estudiante, sino que más bien se puedan tratar de forma colectiva los sentires de la clase. Si diez personas escriben de manera privada a su profesora que tiene un problema con el cuido de personas, es obligación de esa profesora colectivizar el malestar para que las medidas necesarias puedan ser tomadas de forma consensuada y en un ambiente que nazca de la empatía entre compañeros y compañeras de clase.

Sobre los foros virtuales, que son muy usados como espacios de interacción escrita, hay que tomar en cuenta la estructura ramificada que toma la comunicación, la cual genera hilos conductores de mayor tránsito de lectores y comentarios periféricos que el/la estudiante no sabe al final si son leídos o no. O, en otras palabras, más allá de que haya un comentario y una réplica, es importante asegurarse de que las últimas réplicas también sean “escuchadas”, de lo contrario, ¿para quién escribe el estudiante si siente que nadie lo lee? Una par de breves ejemplos para promover esto serían retomar rápidamente el foro en una clase sincrónica posterior o usar un foro con reacciones (como los likes de redes sociales) para que las personas participantes puedan dar y recibir una retribución emocional más orgánica.

Aquí, que sea importante aclarar que la apertura de espacios para la expresión emocional no deban ser confundidos con la variedad de canales para el intercambio de información académica, sino que más bien sean algo que implique tomarse el tiempo para planificar y mediar un espacio seguro en el que las personas participantes puedan contar un poco de sus contextos y – en caso de ser necesario – sea posible tomar las medidas pertinentes. Mantener una visión coyuntural y sistémica de la situación ayudará a que cualquier problemática que surja pueda también ser tratada sin personalismos y en pro del bien común.

Ante el malestar de la recarga de trabajo, el incumplimiento con las entregas y la necesidad de dar más tiempo al intercambio emocional, pareciera lógico entonces la necesidad de recortar contenidos, simplificar las tareas y flexibilizar reglamentos a lo interno de la clase. También se debería tomar en cuenta dar un seguimiento a la participación en relación a la deserción, pues las condiciones psicosociales y económicas que representa la pandemia podrían bien sacar a muchos estudiantes de sus cursos sin que su ausencia sea percibida a lo interno del aula virtual.

 

CONCLUSIÓN

 

Para resumir lo antes dicho, partiremos primero del hecho de que estamos en un contexto muy especial a nivel mundial y que por ende debe ser tomado siempre en cuenta ante cualquier diseño o medida a implementar. Lo segundo es que, si bien los sistemas virtuales pueden funcionar para sustituir una clase presencial, hay una gran cantidad de detalles que deben ser ajustados antes, durante y después del proceso, sobre todo en tiempos tan cambiantes e inciertos. Acerca de esto también hay que tomar en cuenta que el exceso de plataformas repartidas entre los distintos cursos, más allá de hacer los procesos más dinámicos, puede acabar en una saturación sistémica de actividades, sobre todo cuando no se tienen familiaridad con los entornos virtuales; estos son impuestos o no proveen una experiencia de usuario agradable.

Finalmente, es necesario tomar en cuenta que los espacios de expresión emocional son más enriquecedores en tanto los canales de comunicación permiten un mayor contacto visual y sonoro, como suele suceder regularmente en una clase presencial; y que el seguimiento emocional de los estudiantes se hace más imperante en tanto se tenga menos interacción física, visual o auditiva con los mismos. Ya para concluir, sólo queda estar claros en que estos espacios de expresión emocional no deben ser siempre entendidos como entornos negativizados para el tratamiento de problemas, sino que también pueden estar conformados como lugares recreativos de expresión de la individualidad, donde el fin no sea el aprendizaje de contenido académico, sino la despresurización y/o relajación emocional. Todo esto con el fin de generar un ambiente más agradable y democrático, y aumentar la sensación de acompañamiento colectivo que da la pertenencia a un grupo.

 

REFERENCIAS

 

Del Valle, M. A. (2019). El manejo de la inteligencia emocional en las aulas virtuales y su impacto socio educacional:
el camino de entornos urbanos inteligentes hacia entornos urbanos emocionales. ACTAS ICONO 14 – VII Congreso Internacional Ciudades Creativas. Cartagena de Indias, Colombia. Madrid, España: Asociación de Comunicación y Nuevas Tecnologías, pp. 510-515.

 

Grupo de Investigación sobre la Educación Superior en Coyuntura. (15 de mayo de 2020). Informe Final sobre la participación de los profesores. Guadalajara, México. Recuperado de: https://www.giesuc.org/wp-content/uploads/2020/05/Informe-FINAL-GIESuC-profesores.pdf

 

Grupo de Investigación sobre la Educación Superior en Coyuntura. (15 de mayo de 2020). La vivencia de los estudiantes universitarios ante el covid19. Guadalajara, México. Recuperado de: https://www.giesuc.org/wp-content/uploads/2020/05/Vivencia-de-estudiantes-ante-la-pandemia-GIESuC-Final.pdf

 

Ministerio de Salud de Costa Rica (2020). Lineamientos de salud mental y apoyo psicosocial en el marco de la alerta sanitaria por Coronavirus (COVID-19). p. 5. Recuperado de: https://www.ministeriodesalud.go.cr/sobre_ministerio/prensa/docs/lineamientos_salud_mental_apoyo_psicosocial_covid19_v1_18032020.pdf

 

Rebollo Catalán, Mª. A., García Pérez, R., Barragán Sánchez, R., Buzón García, O. y Vega Caro, L. (2008). Las emociones en el aprendizaje online. Revista Electrónica de Investigación y Evaluación Educativa, v. 14, n. 1, pp. 1-23. Recuperado de: http://www.uv.es/RELIEVE/v14n1/RELIEVEv14n1_2.htm

 

Silas, J. y Vásquez, S. (5 de mayo de 2020). La vivencia de los profesores universitarios ante el COVID19. Educación Futura. Recuperado de: http://www.educacionfutura.org/la-vivencia-de-los-profesores-universitarios-ante-el-covid19/