Música y mediación cultural: subir el volumen en las aulas
Priscilla Carballo Villagra
Investigadora en temas de estudios culturales en la Universidad Estatal a Distancia y consultora independiente
Sinposis:
A partir de varias experiencias de investigación y trabajo sobre música en temas como tribus urbanas, violencia sexual en el reguetón, el desarrollo de la historia del rock en Costa Rica, etc. Este texto pretende plantear los elementos centrales que se han sistematizado de estas prácticas, con el objetivo de proponer estrategias de cómo la música puede ser una herramienta para el análisis social y para el trabajo con grupos en las aulas y en espacios de educación no formal.
Texto:
“Ya hacíamos música muchísimo antes de conocer la agricultura”
Jorge Drexler
La música es una de las manifestaciones culturales que está más presente en la vida de las personas, desde los cantos de cuna, himnos nacionales, canciones de amor, hasta los cantos fúnebres. Es un elemento de cohesión social y una herramienta para la creación de identidad. Pero la música es también una ventana que permite ver la dinámica social, posibilita tender puentes de comunicación y puede convertirse en una herramienta pedagógica.
La mediación cultural, ha sido desarrollada mayoritariamente en contextos de museos, salas de exhibición y aulas a partir del arte plástico, pero mediar una propuesta pasa por otras artes como la música que permite dialogar con el discurso y el ritmo que ofrece, y tiene un aporte fundamental: la posibilidad de mover el cuerpo, poner el cuerpo en esa acción. Para hacer mediación, las aulas son espacios privilegiados de encuentro cultural y generacional (por la edad de muchos docentes), y es un espacio donde se pueden desarrollar procesos de experimentación con la música.
A partir de varias experiencias de investigación y trabajo sobre música en temas como tribus urbanas, violencia sexual en el reguetón, el desarrollo de la historia del rock en Costa Rica, etc., este texto pretende plantear los elementos centrales que se han sistematizado de estas prácticas, con el objetivo de proponer estrategias de cómo la música puede ser una herramienta para el análisis social y para el trabajo con grupos en las aulas y en espacios de educación no formal.
Mediación cultural: quién soy y quién es el otre?
Todo proceso de mediación implica hacer accesible un contenido determinado a uno o varios públicos, pero fundamentalmente se media un contenido para ser cuestionado críticamente, para hacerle preguntas, para romper con la naturalización, y pensar las estructuras sociales y políticas que lo hicieron posible. Mediar implica habitar la pregunta como estrategia, es encarnar la pedagogía de la pregunta que planteaba Paulo Freire, aplicada en este caso a la música.
Para esto, es necesario un proceso reflexivo en dos vías: preguntarme por el otro al que le quiero hacer llegar un contenido, como posibilidad para tender puentes de sentido. Pero también implica preguntarme por mí yo como persona mediadora: ¿quién soy yo? ¿desde dónde hago la mediación?, ¿cuál es mi lugar de enunciación?
Así, en primer lugar, para poder mediar desde la diferencia es necesario desarrollar todo un proceso de preguntas sobre el otro u otra: saber quién es, qué hace, qué le atrae, pero fundamentalmente conocer sus prácticas culturales cotidianas. Esto no es sólo una mera estrategia educativa, pues implica un acto político de reconocer al otro o la otra como sujeto con prácticas concretas y legítimas que por tanto merecen la pena ser conocidas, respetadas y analizadas como base para establecer un diálogo entre iguales. De esta forma por ejemplo, si se quiere trabajar con un público joven de los barrios del sur, se debe conocer sus espacios, formas de vida, la música que escuchan, la estética que portan en sus cuerpos, las relaciones de género que establecen, los estereotipos. Es decir, escuchar el reguetón, el trap, etc., no desde la descalificación, sino en tanto expresión cultural que dice muchas cosas sobre su vivencia. Implica aprender a escuchar a la otredad y sus expresiones.
Pero además ese reconocimiento de las y los otro como sujetos, implica reconocer que las prácticas que porta y crea el museo, la universidad, el colectivo, o el centro cultural, son una de muchas prácticas, y no son EL ARTE CON MAYÚSCULA, arte universal que todos debemos reconocer y admirar, sino un producto cultural que se desarrolló en un contexto histórico determinado, y que puede y debe entrar en diálogo con otras experiencias de vida. Es decir, el arte europeo sea en la plástica, en la danza, en la música, no es el centro del relato, es uno de muchas formas de arte y esto se debe entender para no entrar a “llevarle la cultura” a los grupos como si sólo existiera una forma de cultura y como si ellas y ellos no tuvieran la suya propia. El trabajo de mediación implica por tanto mucha humildad.
La otra gran gama de preguntas que debo hacer en este diálogo deconstruido que implica la mediación, remiten a mi rol social como mediadora, pues implica encontrarnos con nuestros privilegios y entender las diferencias de vida con esos otros; qué oportunidades he tenido, cómo uso el poder en los microespacios, qué estereotipos tengo sobre esos otros, etc. Pero también implica cuestionarme en un proceso de reflexión: ¿realmente cuántas personas jóvenes, niñas, adultas conozco en situación de exclusión?, ¿las conozco realmente (sus prácticas, formas de vida, gustos) o solo cohabito algunos momentos con ellas? Esto es relevante pues lleva a la pregunta de cómo puedo establecer un diálogo institucional con alguien que no conozco? Entonces, la respuesta es: escuchando (guardando silencio) y acercándome, pero sabiendo que lo hago desde mi lugar de privilegio, no para la culpa, sino para el diálogo desde la diferencia.
Cuando se habla de privilegio, muchas veces se piensa en la situación de personas europeas de países con grandes índices económicos, pero en economías cada vez más desiguales como las centroamericanas, las diferencias entre las clases medias y los sectores excluidos cada vez son más amplias y, por tanto, el reto de establecer diálogos es cada vez más grande. Además de la responsabilidad ética de velar por hacer sociedades más igualitarias y justas, dentro de las cuales las artes pueden ocupar un espacio muy importante, siempre que se haga tendiendo puentes con las y los otros.
Se debe tener siempre claro que la experiencia de visita a un espacio oficial de la cultura como un museo, un centro cultural o una universidad desde la experiencia de etnia, clase o género va a marcar la memoria del proceso de manera insospechada en las personas, y que, si no sabemos cómo tender puentes, el proceso no será una mediación, sino una reflexión autocentrada desde mis gustos: un proceso de verse el ombligo sin más.
La música popular como recurso: Algunas ideas para subir el volumen en las aulas
La música es una práctica cultural central en la sociabilidad humana, pues como plantea Attali, (Attali, 1977) la organización de los ruidos y su transformación en estructuras para organizarlas en música, ha sido parte inherente de la historia de la humanidad, convirtiéndose en el centro de los rituales individuales y colectivos de todas las sociedades hasta nuestros días.
La música es una de las expresiones artísticas que tiene más protagonismo en la vida cotidiana y por tanto en la vida cultural, basta transitar las calles o tomar un bus para estar expuesto a esta forma de arte. Se puede ir o no a un museo o a un teatro, pero difícilmente se está todo un día sin escuchar (voluntaria o involuntariamente) un fragmento de una canción, de manera que la música sigue estando en el centro de la sociabilidad humana.
Como producto social es testigo, ventaja y espejo de diferentes relaciones, pues está cruzada por elementos de etnia, clase, género y colonialidad. Por esto, ha sido objeto de análisis desde la sociología, la antropología, la etnomusicología y también desde la economía por la síntesis de contradicciones que revela.
Ha sido defensora del status quo y las y los músicos han sido alabados y reverenciados por las élites, pero, de la misma manera, las y los músicos han sido perseguidos, torturados y desaparecidos en contextos extremos como durante las dictaduras en el sur del continente, ya que la fuerza de sus canciones han logrado preservar la memoria y las luchas en muchos países. Así, la música ha tenido una gran relevancia en las dinámicas políticas de América Latina en uno u otro sentido, y se ha conformado en acciones de resistencia para muchos grupos subalternos. Justamente, gran parte de estos procesos se deben a la letra que acompaña las melodías, ya que la música popular generalmente va acompañada con un texto, conformando letra y música un universo de sentidos.
En esta presencia cotidiana de la música radica el interés de analizarla como discurso social, pues toda nuestra vida está cruzada por este arte; desde las canciones de cuna de la infancia, la socialización afectiva sobre el amor en la adolescencia, los cantos políticos, los cantos fúnebres, etc, podríamos hacer un “sound track” de nuestra vida con gran facilidad. Y al igual que lo podríamos hacer individualmente, lo podríamos hacer colectivamente como pueblo o como nación o país, pues existe música que ha representado un sentido de época.
He trabajado durante 10 años como docente en educación presencial y más recientemente he desarrollado algunas experiencias en docencia a distancia en la universidad. A partir de mi experiencia he tratado de desarrollar algunas estrategias que implican las artes en general, pero particularmente la música, para explicar y analizar situaciones sociales. A continuación planteo algunos ejemplos de cómo se puede utilizar la música, en particular la música popular, para tender puentes de diálogo:
Estas preguntas pueden ser abordadas desde una diversidad de técnicas de trabajo con grupos, pero lo que interesa señalar acá son las posibilidades temáticas que ofrece la música para abordar diferentes situaciones sociales, asumiendo los propios discursos que las personas ya tienen, y que cantan y escuchan en su cotidianidad. La música es una ventana que permite entender la construcción de sentidos de diferentes grupos, y por esto se puede apropiar como herramienta de trabajo.
Empezar a entrenar el oído
Lo expuesto en estas páginas es sólo una idea inicial del potencial de la música para el trabajo con grupos, sus potencialidades van más allá de mi imaginación, y la idea es empezar a hacer una agenda de trabajo sobre el tema que implica investigar, jugar, cantar, bailar y sistematizar los trabajos que realizamos con este recurso.
La música es una herramienta para entender la vivencia de los otros, sin valoraciones estéticas desde mis gustos personales, sino para entender la realidad que se vive más allá de mi barrio y pensar en tender puentes. La música es un gran pretexto para empezar un diálogo donde nosotros y nosotras tenemos mucho que aprender para entrenar el oído.
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