Fecha
7 de agosto de 2025
Cuando Tomás Pichardo era pequeño siempre rompía sus juguetes para ver cómo estaban hechos. Su curiosidad lo llevaban a querer entender cómo eran por dentro, pero no sabía cómo armarlos de nuevo. Ante esa frustración, sus papás dejaron de comprarle juguetes nuevos y a su mamá se le ocurrió conseguirle rollos grandes de papel para que él dibujara.
Desde niño, el arte y el amor por contar historias han estado presentes en su vida de muchas distintas formas. Ya sea dibujándolo o pasando tiempo con su familia inmersa en ese mundo. Su mamá es pintora, arquitecta, diseñadora de interiores y da clases de pintura. Su papá es ingeniero y pasaba dibujando planos encima de cualquier papel o servilleta que se encontrara.
El director de cine, animador y artista dominicano siempre pasó viendo arte por todos lados mientras creacía. Gracias a ello, llegó a interesarse mucho por las artes plásticas y crear cine está muy enraizado en su forma de ser.
“Yo cuando era pequeño, era muy tímido y se me hacía muy difícil conectarme con las personas. Hablar y hacer amigos”, dijo Pichardo. “El hecho de crear cosas, de usar el arte y el trabajo para comunicarme y conectar con la gente, hizo que me fuera yendo hacia cine. Hacia contar historias en ese sentido”.
Esa curiosidad innata lo llevó a estudiar artes plásticas en la Escuela de Diseño Altos Chavón en República Dominicana y terminó la carrera en el Parsons School of Design en Nueva York, Estados Unidos. Formalmente estudió artes plásticas, pero su hambre por aprender de la animación y el cine lo hizo desarrollar una metodología autodidacta muy disciplinada.
En la época en que Pichardo empezó en República Dominicana, no había universidad en animación o cine. Así que se dedicó a aprender por su propia cuenta. Cada proyecto nuevo que tuviera, lo enfocaba en aprender distintas técnicas como el cutout, el stop motion o entender cómo animar pinturas.
“En todo ese proceso de aprender múltiples técnicas, de aprender a contar múltiples historias, descubrí que tengo como una especie de alfabeto. De que tengo cierto lenguaje para expresar ciertos sentimientos específicos”, dijo Pichardo. “Entonces, no me daba miedo eso de usar varias técnicas en una misma historia porque con un lenguaje o una técnica, podía expresar algo”.
Con ese constante aprendizaje y descubrimientos, Pichardo hizo de la vida su escuela. Cada cosa que se topaba era su fuente de aprendizaje. Veía a las personas en la calle y observaba cómo caminaban. Eso le daba una biblioteca de personajes caminando para las animaciones. Los libros y las novelas de ficción le enseñaban a cómo estructurar historias.
Las pinturas le decían cómo expresar elementos y sentimientos. Veía películas continuamente y se concentraba en entender cómo las hacían. También, iba a charlas a aprender de los proyectos de otras personas.
Estar frecuentemente nutriéndose de todo lo que había a su alrededor lo fue moldeando cada vez más como storyteller o contador de historias.
“A mí me gusta el término de storyteller. Es eso de contar historias. No simplemente historias, narración o ficción, sino todo eso conlleva contar sentimientos, expresión y eso viene mucho de esa intención mía de expresarme”, dijo Pichardo.
La intención de expresarse y de utilizar su arte para canalizar sus emociones y sentimientos, es algo que ha ido aprendiendo con cada proyecto en el que trabaja. Pichardo siempre se guía por las emociones y sentimientos que se quieran expresar. Ha tenido la dicha de hacer 24 cortometrajes para TED de temas variados. En esos proyectos aprendió a cómo crear el ritmo visual de las historias y cómo utilizar distintas técnicas para desarrollar las narrativas.
En el caso de la plataforma The School of Life, del autor inglés Alain de Botton, aprendió cómo animar emociones y conceptos más abstractos. Para ellos creó 10 cortometrajes y con ambas plataformas entendió mejor el proceso de contar historias, lo cual le ayudó tremendamente para su primer largometraje extraordinario “Olivia y las nubes”.
Esta es una obra de arte impresionante de una duración de una hora y veinte minutos que tomó diez años en crearse. Desde el 2014 al 2024 Pichardo estuvo esculpiendo su gran obra maestra. Es una pieza de arte maravillosa que empezó después de graduarse de la universidad en Nueva York.
En ese entonces, estaba en su aprendizaje autodidacta con varios amigos. Con ese grupo fueron creando un lenguaje visual compuesto de elementos que les funcionaba para expresarse.
“De ahí salieron alguna que otra metáfora, que también salen en Olivia. Como las plantas. Una persona como planta y todo eso”, dijo Pichardo. “Por otro lado, los cortos que fui escribiendo. Que no se completaron o no terminaron o fueron tomando forma. Hay veces que cortos que tengo la intención de hacer, no salen por cualquier razón”.
Conforme pasaba el tiempo, Pichardo encontraba enlaces y conexiones entre cortometrajes que nunca se dieron. Los personajes de las historias del pasado le funcionaron para “Olivia y las nubes”.
Esas conexiones que sucedieron naturalmente, dieron espacio para que Pichardo agregara nuevos elementos a la historia.
“Fue un proceso largo de diez años crear esta película. Mi vida en esos diez años también formó parte de la película. De cosas que pasaban. Con cómo yo me relacionaba con las personas también influía en cómo los personajes se relacionaban entre sí”, dijo Pichardo.
Fue un proceso activo donde el guion se mantuvo abierto durante esos diez años. Donde la animación iba cambiando a lo largo del tiempo. Fue un proceso donde también Pichardo, en República Dominicana, estuvo observando a sus estudiantes universitarios y sus trabajos para reclutarlos para el proyecto.
Él se fijaba en los proyectos y tareas de sus estudiantes que pudiesen animar los sentimientos que él quería expresar en su película. Esa búsqueda expresiva es el propósito central de la historia de “Olivia y las nubes”. Es un largometraje que habla de cómo nos conectamos en una relación.
Para Pichardo es un juego de metáforas con elementos de realismo mágico y surrealismo. Es una película de un universo maravillosamente rico de animación creada a partir de múltiples medios artísticos. Hay pintura, plasticina, fotografía, papel, video, cartón, ilustración y muchos más medios.
“Sentía que necesitaba un paralelo un poco más directo. Un poco más tradicional entre esas metáforas. Por eso yo creé esas dos relaciones”, dijo Pichardo. “La relación de Olivia y Ramón que hace ese juego más de realismo mágico y de metáfora y la relación de Mauricio y Bárbara que es más directo. Que tú entiendes lo que está pasando”.
Por eso creó esos cuatro personajes donde hay un juego intercalado entre relaciones. La relación de Olivia y Ramón es más emocional y abstracta. La relación de Mauricio y Bárbara está contada de manera más lineal. Eso hizo que Pichardo le pudiera hablar a dos tipos de audiencia: una que conecta más con la emoción y otra que conecta más con la expresión.
Crear los personajes fue como esculpir una roca grande. Se trató de ir, poco a poco, descubriendo lo que cada personaje le decía a Pichardo. Él les agregaba algo que su papá hacía en la vida real, pero lo exageraba en la película. También, las personalidades fueron cambiando en la animación. Las voces grabadas llegaron al final y le agregó mucha alma a la narrativa.
“Fue un proceso en esos mismo diez años, de ir esculpiendo esas personas e historias que quizás tenía escritas en el guion inicialmente”, dijo Pichardo. “Al entender cómo era la personalidad, ya no me llevaban a esa historia, sino que me llevaban a otras historias. Fue un proceso natural”.
Además de estar esculpiendo personas e historias, Pichardo y su equipo tenían que mantener el estilo cada personaje como algo icónico para que la audiencia no se perdiera. Tenían que lograr individuos que se distinguieran por su pelo o algún color específico. Como no era una historia lineal, necesitaban que el público entendiera quién era el personaje a punta de elementos visuales diferenciadores.
Por eso, también el color jugó un rol importante en “Olivia y las nubes”. Es este elemento pictórico que ayudó a Pichardo a contar la historia en términos de la edad y el punto de la vida en que se encuentran Olivia, Ramón, Mauricio y Bárbara. También le ayudaron con las secuencias de la bachata, el bar y el marinero. Donde todo tenía que ser más expresivo y explosivo.
Los colores vivos eran sinónimo de Bárbara y su exteriorización de sus emociones porque ella es una persona que no restringe emocionalmente.
“Igual, la relación de Ramón con Olivia. Cuando viven en la casa de Ramón, yo quería que el exterior fuera de la ventana se sintiera vivo con todos estos colores y que esta casa se sintiera muy rústica. Colores muy carboncillos oscuros, ocres y eso. Que hicieran contraste uno con otro”, dijo Pichardo. “Entonces, el color en ese sentido, también está contando la historia. También está contando elementos de la historia”.
Además, los colores para Pichardo se manifiestan de manera inconsciente dependiendo de dónde esté viviendo él. Cuando vivía en Italia, su animación era más calmada y meditativa. De un solo color. Cuando vivía en Nueva York, su trabajo era más caótico y menos narrativo. En cambio, a Olivia la trabajó muchos años en República Dominicana.
“El espacio donde yo vivo afecta mucho ese trabajo. Afecta mucho las visuales. No solo las visuales, también el diseño sonoro. Aquí donde vivo hay ruido constante. Yo quiero ver una película en mi casa y es muy difícil porque suena la alarma de un carro o suena algo”, dijo Pichardo. “Eso es parte de vivir aquí. Yo siento que eso se tradujo a la pieza. Tanto visual como sonoro en ese sentido”.
Y eso nos lleva a la experiencia tan inmersiva que es “Olivia y las nubes” a nivel visual y sonoro. La música fue creada por el músico turco Cem Mısırlıoğlu, con quien Pichardo ha colaborado desde sus tiempos universitarios en Nueva York. Ya tienen muchos años de trabajar juntos en distintos proyectos y eso ha creado una especie de conversación en donde los dos entienden perfectamente cómo trabaja el otro.
Para el proceso de “Olivia y las nubes”, tuvieron un desarrollo un poco distinto a lo que venían haciendo anteriormente. Pichardo y su equipo decidieron llevar a Mısırlıoğlu a República Dominicana por dos semanas. La visita cumplió el propósito de que Mısırlıoğlu pudiese hacer una investigación musical en el país.
Pichardo lo llevó al campo para que escuchara cómo sonaba el río. Lo llevó al mercado que sale en la película para que escuchara el caos sonoro.
“Lo llevé a hablar con diferentes personas de cómo se usan instrumentos en el país. Que vienen de los indios nativos, de África o de Europa a través de los españoles. Cómo funcionan cada uno de estos instrumentos”, dijo Pichardo. “No para que él recreara eso, sino para que él absorbiera todo eso y él creara en base a sus propias formas de trabajo”.
La investigación musical fue el resultado de una música muy envolvente que se mezcló a la perfección con un diseño sonoro sumamente inmersivo. Una vez que la música estaba lista, llegó el diseño sonoro. Esto fue una colaboración con el ingeniero de sonido hondureño Homer Mora, quien conoce perfectamente los sonidos de República Dominicana.
Se quería que el diseño sonoro representara cómo es vivir en República Dominicana: los detalles del caos y la naturaleza. Se trataba también de agregarle pequeños acentos a la música basado en lo visual. También era sobre la bachata, que es un género musical muy importante en el país caribeño.
“[La bachata] representa el espacio rural de campo. Representa también la música que tú pudieras estar escuchando en ese tipo de bares. La bachata, a diferencia del merengue o de la salsa, se baila muy de cerca. Se baila muy pegado. Se baila muy lento. Un poquito más íntimo”, dijo Pichardo. “La bachata me permitía que Olivia tuviera ese contacto con este otro personaje, con el marinero y que el baile pudiera llevarlos a ese viaje en esa secuencia”.
Esas distintas escenas tan marcadas por el arte y la música crearon una experiencia sumamente expresiva para la audiencia. Una experiencia donde el enfoque de la película son las emociones. Donde los sentimientos llevan al espectador en un viaje artístico multimedia por República Dominicana y por las emociones de Pichardo.
Cada sentimiento específico viene del concepto “analfabetos emocionales”, que Pichardo aprendió de una película del director de cine sueco Ingmar Bergman.
“Eso resonó mucho porque viene de mi infancia. De lo difícil que se me hacía conectar con las personas, expresarme y que lo hacía a través de mi trabajo. En esta película estoy hablando de relaciones”, dijo Pichardo. “De cómo nos conectamos con las personas. Me gustaba esa idea de que en diferentes momentos de la película podía expresar ese juego de cosas. De quizás, se me hace difícil expresarlo esto a alguien. Entonces, ese sentimiento era clave. Esa ansiedad de sentirse solo en el mundo. De sentirse desconectado de todo”.
Y esa genuina conexión con su animación expresiva, ha llevado la película de “Olivia y las nubes” a participar en 53 festivales alrededor del mundo. Pichardo tuvo la dicha de recientemente estar presente en el Costa Rica Festival Internacional de Cine (CRFIC) en junio, cuya décimo tercera edición tuvo a España como país invitado. En esta celebración del cine de Centroamérica y el Caribe, Pichardo recibió una mención honorífica por su largometraje.
Él se sintió como en casa. Lo disfrutó mucho porque conoció nuevas personas y por el cálido recibimiento que le dio el público costarricense. Le recordó todo el trabajo arduo de los diez años para crear tremenda obra de arte cinemática animada. Fue el recordatorio de que el cine es como una ventana al mundo conocer historias y descubrir nuevos espacios, ideas y culturas.
“El hecho de que yo tenga esta oportunidad de poder crear, contar y expresar mi propia cultura. Poder contar de dónde yo vengo y yo vivo. Más que el título de director, animador, artista visual o artista plástico”, dijo Pichardo. “El hecho de tener una profesión, que es un trabajo que me permite expresar la cultura de esa forma y compartir mi cultura con otros espacios, para mí es increíble. Para mí es súper lindo”.
Para aprender más de la animación expresiva de Tomás Pichardo, pueden seguirlo en Instagram como @tomaspichardoespaillat o como @oliviaylasnubesfilm. Él participó en la competencia de largometrajes del Costa Rica Festival Internacional de Cine (CRFIC), donde España fue el país invitado este año.
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